Guimer M. Zambrana Salas
Bonny Alberto Terán es una verdadera fábrica de huayños. Tiene trescientas composiciones en este ritmo nortepotosino, a cuál mejor: Basta corazón, Caripuyo torrecita, Prometo amarte, Estoy llorando, Abierto mi corazón, Donata, No me olvides...
Si a Nilo Soruco se lo conoce por su prolífica creación de
cuecas, a él por sus huayños. Y es que Terán nació tierra adentro, en el norte
de Potosí, donde la vida misma camina a ese ritmo.
Bonny Alberto siente que el charango es una prolongación de
sus manos, lo toca desde que tiene uso de razón, como la mayoría de los
habitantes de su pueblo: Caripuyo. “Allá todos tocan, sólo que yo tuve mejor
suerte”, trata de explicar su éxito.
Desde muy niño se dedicó a ver con atención las costumbres
de su comunidad, sus fiestas y sus más diversas tradiciones: “Desde siempre he
estado mirando desde una altura, desde una quebrada, viendo la vida de
Caripuyo”. Por entonces, alrededor de 300 familias vivían en el lugar. Hoy, la
migración redujo ese número en al menos un dígito.
La torre del pequeño templo de su pueblo natal fue una
pregunta sin respuesta. ¿Cómo pudieron construirla con piedra y sin una gota de
cemento? De la cuestionante nació Caripuyo torrecita.
Ya en sus años de colegio comenzó a escribir las letras de
los que más tarde serían los huayños más emblemáticos del país. Es más, todavía
tiene en el desván una gran cantidad de textos que están a la espera del ritmo
que les dé vida.
No había terminado de cumplir 13 años cuando grabó su primer
disco junto a Los Emperadores de Santa Fe, una agrupación formada por los
trabajadores del centro minero del mismo nombre.
En los colegios y universidades son típicas las
“guitarreadas”, en el norte de Potosí tienen más fama las “charanguedas” y
Bonny Alberto era uno de sus principales protagonistas. Era famoso por hacer
hablar al charango. Pero fue lejos de su pueblo natal donde se encontró con la
fama.
Salió bachiller y se vio obligado a abandonar Caripuyo. Dejó
muchos recuerdos, pero no su charango, con el que se trasladó a Cochabamba para
proseguir sus estudios en la Normal de Paracaya.
Paseaba un día cerca de las oficinas de la disquera Lauro y
se acercó para averiguar lo que se necesitaba para grabar un disco: Tenía temas
propios, habilidad para tocar charango y cantaba bien. No me olvides abrió el
sendero que Bonny Alberto no olvidará jamás.
“A los tres meses me sorprendió ver filas para comprar el
disco, se vendieron más de 40 mil discos, aunque los de Lauro dijeron que
fueron apenas diez mil”, protesta.
El norte de Potosí reclama para sí el reconocimiento de que
es la tierra que acunó al charango. La historia cuenta que los charcas,
asentados en la región, tuvieron habilidades musicales desde antes de la
llegada de los colonizadores incas.
Más tarde, arribó la conquista española, que trajo en sus
alforjas a la guitarra. Los indígenas la naturalizaron y le dieron personalidad
propia: crearon el charango.
Desde entonces, es muy difícil ver a un indígena
nortepotosino sin la compañía de su instrumento, el que se ha hecho parte de su
indumentaria.
La necesidad de tocar charango y cantar es tal en la zona, que los sábados por la noche Radio Pío XII, de Siglo XX, tiene un programa en vivo para atender esa demanda. Cada semana el auditorio de la emisora está lleno, pero no de público, sino de gente que desea interpretar por lo menos un tema musical.
En los años 70, fue Bonny Alberto Terán quien ayudó a que
los habitantes de las ciudades bolivianas comiencen a cuestionarse de dónde
venían esos ritmos, hasta entonces clandestinos. El artista tiene grabados más
de 20 discos de larga duración, que testimonian su gran aporte al patrimonio
musical boliviano.
A sus 56 años, el ícono de la música nortepotosina asegura
que los huayños de su región están más vivos que nunca, y muestra su abultada
agenda para fundamentar su aseveración. “Cada semana tengo conciertos públicos,
matrimonios o prestes en Cochabamba y también en otras ciudades”, argumenta.
“¿Quién ha dicho que sólo el bolero es romántico? El huayño
tiene mucho romance”, asegura. Claro, los nortepotosinos también enamoran, y lo
hacen al ritmo de huayño.
La Prensa, 13 de noviembre de 2004

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