Felizmente, Luzmila faltaba a clases. Su madre
la mandaba, pero ella se quedaba en el camino, con las ovejeras. A una fría
aula, prefería correr por las montañas, cantar como las pastoras y tratar de
volar como lo hacían los pájaros. Le gustaban más las lecciones de vida que le
daba su progenitora, quien le enseñaba a acariciar las plantas, a valorar a los
animales, a venerar a la
Pachamama.. ., a amar a la naturaleza, pues.
Felizmente, nació en Qala Qala, una comunidad
rural de la provincia Bustillo que no alcanza a ser siquiera un punto en el más
detallado de los mapas de Potosí. Pobre en extremo en recursos financieros,
pero rica en su relación con el universo.
Felizmente, las mujeres del lugar cantan y
cantan. Lo hacen cuando están caminando por los cerros, cuando están trabajando
en su chacra, cuando están felices, cuando están tristes...
Los 11 años que vivió en Qala Qala marcaron su
vida para la eternidad, pues nunca más pudo separarse de los valores que le
fueron inculcados, menos aún cuando tuvo que enfrentarse a otras culturas.
Ella salió a la ciudad como gran parte de las
mujeres del área rural, para ser empleada de una familia urbana: “Hay muchas
‘Luzmilas’, en todas partes del país, y mucho más ahora”. Fue al llegar a Oruro
que se dio cuenta de que había otras lenguas, que existía gente que hablaba
distinto, que vivía de manera diferente.
Pero el canto la extrañaba a ella y ella al
canto. Cuestionada por esa caja que hablaba: el radiorreceptor, comenzó a
buscar el lugar donde cantaban esos niños y niñas a los que escuchaba y no
veía. Fue un día en que sus jefes la dejaron bajo el cuidado de su hermana
mayor que inició la búsqueda.
Sólo el columpio de un parque público, parecido
a la “wayllunka” en la que jugaba en Qala Qala, distrajo su tarea. Se subió en
él y, de pronto, sintió que alguien la empujaba. Era la hija de la dulcera del
Cine Oruro que, para sorpresa suya, hablaba también en quechua. Fue ella quien
la llevó al auditorio de Radio El Cóndor para que libere el canto que llevaba
dentro.
Felizmente, Luzmila sufrió la discriminación
temprano. Ello le permitió darse cuenta del tipo de país donde vivía, de la
desigualdad de condiciones en la que debía competir. El maestro que dirigía el
ensayo de niños y niñas la echó del lugar cuando se dio cuenta de que ella
cantaba en quechua. “Cantas como los indios, tienes que aprender castellano si
quieres cantar por la radio”, sentenció.
Retornó llorando al lado de su hermana, quien
la buscaba desesperada imaginándola desaparecida. Entre lágrimas, le pidió que
le enseñe a cantar en castellano para poder ir a la radio. Ella aceptó el reto:
le enseñó las estrofas del Himno Nacional. “Yo no sabía, yo había ido a la
escuela y seguramente cantábamos el himno nacional, se me había borrado. Como
ella nos enseñaba en castellano, yo ni le entendía”.
Felizmente, Luzmila no hacía caso a su mamá.
“Ella quería que sea señorita, quería que sea doctora o asistente social, de
dónde se habrá aprendido: ‘asistente social’”. Y claro, corrían los años 50,
los 60, época en la que la discriminación mostraba su crueldad desnuda. Los
indios habían conseguido la
Reforma Agraria , el Voto Universal, pero aún estaban muy
lejos de ser considerados “personas”.
La mamá Fermina lo sabía, la había sufrido en
carne propia. Luzmila no olvida nunca el día en que llegaban a Chayanta,
llevando duraznos y algo de leña. En el camino habían sufrido el azote de una
dura granizada. Los pies de ambas sangraban, pues en el trayecto no había un
solo lugar para cobijarse. En la entrada al pueblo las esperaba un grupo de
comerciantes mestizos que se avalanzaron sobre ellas, les quitaron la carga y
les dieron unos pesos. “Mi mamá ha dicho ‘eso no es justo, cuesta más’. Qué feo
se te graba eso”.
A pesar de todo, su madre quería que diga
“tío”, “tía” a los mistis de Chayanta, pero ella se resistía. Prefería observar
a quienes llegaban de las comunidades, durante las fiestas, para saber cómo
tocaban el charango y cómo cantaban las mujeres. “Me metía entre las piernas
para mirarles, ‘cómo cantan tan bonito’, yo era de ahí. Me viene como un filme
cuando lo hablo, yo decía ‘ellos son mis tíos’, pero no podía decir lo mismo a
los mestizos”.
Felizmente, Luzmila, no todos los mistis son
iguales. La misma niña que la llevó a Radio El Cóndor la condujo a Radio
Universidad, al enterarse de lo que había ocurrido. El señor que esta vez la
escuchó la interrumpió, cuando había comenzado a entonar las notas del Himno
Nacional, para preguntarle, en quechua, de dónde era. Ella le dijo que venía de
Chayanta, y él le pidió cantar sus huayñitos. Le prometió que más tarde tendría
tiempo para interpretar lo que ella sabía, pero que, por el momento, él le iba
a enseñar algunas canciones en castellano. Don Ricardo Cortez y Cortez era no
vidente, pero su humildad le permitió ver el potencial de la pequeña. Luzmila
pasó a ser parte del elenco estable de la emisora y la guía en el recorrido que
hacía su maestro entre el Instituto de la Ceguera y la estación.
Era la época en que ella había retomado la
escuela en un CEMA, mientras trabajaba de retocadora en un estudio fotográfico.
La pequeña que había salido de Qala Qala hablaba ya el castellano y había
comenzado a urbanizarse. Hasta que volvió a escuchar el llamado chillón del
charango. Quienes vivían en el lugar donde se alojaba habían comenzado a
prepararse para participar en un festival departamental clasificatorio para un
festival nacional, en Cochabamba.
“Los Provincianos”, como se llamaban, ganaron
el concurso, pero no pudieron tocar en la Llajta debido al mal estado de salud del
charanguista. De cualquier manera, grabaron un disco simple. Un año después
ganó el Festival Nacional de la empresa Lauro, y en 1971 salió elegida Ñusta,
entre las representantes de todos los departamentos del país. Iba a paso firme
por la senda del triunfo.
Felizmente, Luzmila se separó de su esposo.
Había contraído matrimonio con una persona que residía en la ciudad de La Paz , quien le pidió dejar la
música. Le dijo que era preferible retirarse entre aplausos a hacerlo entre
silbidos, pese a que la carrera de ella apenas comenzaba. Así lo hizo. Él mismo
escribió el discurso con el que anunció su despedida.
La empresa disquera hizo correr el rumor de
que la artista había muerto, con el objetivo de aumentar sus ventas. Luzmila
agonizaba. Lloraba en su casa al ver a quienes cantaban en la televisión,
mientras su charango la consolaba en sus momentos de soledad.
Hasta que un día asistió a la Peña Naira. Ernesto
Cavour la reconoció en medio del público y la invitó a subir al escenario. Ella
cantó Siway azucena, ese tema musical que había grabado en su segundo disco y
la había hecho conocida en todo el país. “Yo pensaba que ya no tenía nada, esa
noche me dio fuerza”. Tanta fuerza que decidió volver a la música, a pesar de
todo.
De inmediato, se puso a trabajar para grabar
un nuevo disco, esta vez en Musilandia, un sello paceño que duró poco, al
tiempo que reanudaba las presentaciones. Fue en esas circunstancias que una
activista europea por los derechos de los pueblos indígenas la invitó a visitar
el Viejo Continente.
Luzmila llegó a Europa cuando la música andina
pasaba de moda. Grupos chilenos y argentinos se habían encargado de desgastar
la propuesta, cantando en las calles y en el Metro de las distintas ciudades.
Ella viajó acompañada de algunas fotocopias de publicaciones de la prensa
boliviana en las que se registraba sus presentaciones.
Pero su voz no pasaba inadvertida. El
productor del programa “El canto de la tierra”, de Radio Francia, se enteró de
su existencia y comenzó a mostrarla. Luego de un concierto, el dueño de una
productora se le acercó y le dijo que habían grabado un casette con los temas
que interpretó. “Éste va a ser tu pasaporte para ingresar a Europa”, le dijo.
Se cumplió.
Es desde entonces que Luzmila se pasea por los
más diversos escenarios de Europa, a los que lleva su cruzada a favor del
respeto a la madre tierra y a todo lo que ella contiene.
Sus más de 20 años en el Viejo Continente los
ha pasado cuestionando la cosmovisión de los europeos. El consumismo es una de
las características de las sociedades occidentales, donde se ve al planeta como
un artículo de propiedad del hombre. Es a esa visión a la que ella se enfrenta
y la que la hace diferente en grupos sociales que se han convertido al dios del
dinero.
Felizmente, Luzmila no fue a la escuela para
que su profesora le muestre que la única manera de desarrollar es despreciar el
pasado y aprender a hablar castellano. Tuvo una progenitora que, en toda su
humildad, le enseñó a no “agarrar” a la madre tierra para sacarle provecho,
sino a “abrazarla” para darle amor. Felizmente.
Por Guimer M. Zambrana S.
La Prensa - 2003
La cultura,es la esencia de la personalidad,Luzmila es el ejemplo, del cual tendriamos que aprender a no ignorar, querernos tal cual somos.
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